-¿De dónde crees que emerge tu necesidad de poesía?
-De la necesidad de expresarme y expresar lo que pienso y siento sobre mí y lo que no soy yo, lo que llaman el mundo, lo que llaman el mundo y la divinidad. Empecé queriendo respuestas, ahora quiero preguntas. Mientras haya preguntas hay algo misterioso.
-Has escrito y se ha escrito sobre tus primeros libros, pero ¿cómo se inicia Manuel Mantero en su larga andadura poética?
-Yo odiaba la poesía, mejor dicho, los poemas. En el colegio nadie me explicó nada sobre el poema; sólo nos exigían saber las vidas de los poetas de memoria o sabernos de memoria los poemas. Los de Iriarte y Samaniego se llevaban la palma. Aquellos profesores valían poco. Hacia los veinte años, descubrí por mí mismo la poesía de los modernistas hispanoamericanos. Darío, Lugones, Nervo, Silva, Herrera y Reissig, Gutiérrez Nájera, el mismo Chocano, se me abría de pronto un horizonte muy alejado del de los Campoamor y Núñez de Arce. Por ellos fui a Mallarmé, Verlaine, Rimbaud, Baudelaire, Samain, etc. El siglo XIX francés me deslumbró, y no olvido a Hugo, Leconte, Heredia y Gautier. Parnasianos y simbolistas. Después, el salto fácil a Juan Ramón Jiménez y Antonio Machado.
-¿Tuviste dificultades para empezar a publicar tu poesía?
-Empecé con un libro, La carne antigua, en 1954, que mi padre pagó generosamente. Es un libro del que renegué en cuanto se publicó y por eso no lo incluyo en mi bibliografía. Yo era un poeta, entonces, influidísimo; ciertos poemas más “míos” los pasé al cabo de los años a mi real primer libro, Mínimas del ciprés y los labios. El prólogo de mi inmaduro libro lo escribió de una sentada Adriano del Valle; cuando leyó el libro editado, me dijo que hubiera escrito algo muy diferente y me saludó como a alguien “importante”. Llegó a decir en una entrevista que uno de los dos poetas mejores de España era yo. ¡Qué optimismo! Apenas le mandé el libro a nadie. Recuerdo, eso sí, con afecto la carta muy laudatoria que me escribió Aleixandre.
Luego, en 1958, la publicación de las Mínimas vino “sola”, pues yo estaba publicando en revistas poéticas. Había muchas entonces, era la manera de darse a conocer. Ese libro lo editaron los hermanos Antonio y Carlos Murciano en la colección Alcaraván, donde publicaron jóvenes andaluces del 50 que han quedado: Julia Uceda, Julio Mariscal, Fernando Quiñones, Pilar Paz, Mariano Roldán y otros.
-¿Asistías a tertulias, reuniones poéticas o literarias…?
-Desde luego. La Sevilla de la segunda mitad de la década de los 50 era atroz, se burlaban de nosotros los jóvenes poetas, bueno, se burlaban de todo lo que oliera a novedad y no a los eternos versos de Semana Santa o imitación hiperbarroca y sentimentalismo becqueriano. Surgieron nuevos pintores y escultores. De un escultor, Juan Ramón Lafita, se mofaban en la calle por tener barba. Hoy parace un sueño todo aquello.
Había diferentes grupos y hacían sus revistas, “Aljibe” (Aquilino Duque, Juan Collantes, Antonio Gala, Berardo V.Carande), “Guadalquivir (Manuel García Viñó, Fausto Botello, José María Requena) y otro que consistía en una persona, Reyes Fuentes, quien publicaba “Ixbiliah”. Julia Uceda y yo empezamos una revista, “Rocío”, duró sólo dos números (1955-56). Fue saludada con alborozo, incluso con entusiasmo. Pero costaba demasiado. Hubo bastante acercamiento entre los poetas de los distintos grupos, y para 1957 estaba ya definido el resultado. En junio de 1957, en el Ateneo de Sevilla, se declaró públicamente la mayoría de edad de los poetas sevillanos con los nombres de J.M. Requena, A. Duque, M. García Viñó, J. Uceda, M. de los Reyes Fuentes, P. Gómez Nisa y yo. Suponía la vuelta de Sevilla a una proyección lírica nacional.
-¿Tuviste amigos que cumplieran alguna función especial en tu trayectoria como poeta?
-He hablado de algunos. Entre las promociones anteriores sevillanas, junto a Adriano del Valle habría que citar a Joaquín Romero y Murube y Rafael Laffón , aunque nos miraban con cierto paternalismo condescendiente. El más simpático era Juan Sierra. Pero esa “función especial” acaso la cumpliera un erudito sevillano, Miguel Romero Martínez, que había pertenecido a los movimientos de vanguardia y que tenía una formidable biblioteca, hoy en California. Allí, en su casa de la calle Sierpes, hablábamos de todo, y me dio a conocer a muchos poetas extranjeros, entre ellos Leopardi; antes se lo había dado a conocer a Luis Cernuda. Me corrigió mis primeros versos, me alentó, me profetizó grandes cosas, Dios se lo pague.
Entre los amigos de mi promoción, los más amigos eran Julio Mariscal Montes, el gran poeta de Arcos de la Frontera, y Julia Uceda. Destino “juliano” el mío. Julio, indefenso, ocultando heroicamente ante los verdugos su homosexualidad, ingenuísimo, y Julia, ilusionada, proyectando futuros a la hora exacta, y más ingenua que Julio todavía. Dos personas que yo veía como si fueran mensajeros de no sé qué purezas esenciales.
-¿Ves la vida a través de la poesía o es esta la que surge de la experiencia cotidiana y se acerca a ti para que le des forma?
-Lo primero es la vida. Una rosa vale más que un poema; una rosa, o un caballo. Lo de “experiencia cotidiana” pudiera sonar a “poesía de la experiencia”, no, la poesía surge en ocasiones de lo que no necesita pasar por la experiencia, como los sueños o los recuerdos. Cada vez me gusta menos hablar de la experiencia, fíjate, la misma palabra “experiencia” es fea, parece nombre de vieja antipática, “Doña Experiencia”.
-¿Es necesario el diálogo para crecer como poeta?
-Claro. Se dialoga con todo: con las personas, con las cosas, con lo desconocido. Con uno mismo. Juan Zabaleta es autor de una estupenda frase en El día de fiesta por la tarde: “La poesía es inútil, nadie tiene necesidad de ella. Con esto, todo poeta tiene necesidad de todos”.
-¿Es creadora la soledad?
-En mí lo es. Lope decía: “A mis soledades voy, / de mis soledades vengo, / porque para andar conmigo / me bastan mis pensamientos”. Muchas veces estoy con los demás y me siento absolutamente solo. Nunca más solo que cuando supe la muerte de mi hermana María Pepa, me enteré una mañana en el colegio.
Si te refieres a la hora de escribir, prefiero la soledad. Un simple ruidito me crispa. Pero esto les pasa a muchos.
-¿A partir de qué sueles crear un poema: imágenes impactantes, sentimientos que viven lentos formando constantes que necesitan ser transmitidas…?
-Puede ser eso que dices, pero también a partir de una idea, que se da de pronto o como fruto de meditación. Y nunca sin una base en las sensaciones o en la emoción. Cualquier idea, cualquier tema puede servirme. Para Goethe no hay tema no poético si el poeta sabe usarlo con propiedad.
En el lenguaje poético existen tres aspectos que debemos considerar. El primero, lo que yo llamo el “aspecto Hera ( Juno)”, es decir, lo rítmico o musical. El cuco estaba consagrado a Hera. Muchos poemas, hoy, no tienen música, cuentan y no cantan. El segundo, el “aspecto Atenea (Minerva)”, diosa de la sabiduría, se refiere a lo conceptual y también a lo imaginativo, al poder de representar lo que los sentidos perciben y transmiten. Jorge Guillén es poeta muy conceptual; Lorca, imaginativo. Y el tercero es el “aspecto Afrodita (Venus”): la emoción, que suele ser producto de los dos aspectos anteriores. Y cuando digo “emoción” no me refiero a sentimentalismo. Sentimiento sí, como tú dices. Si un poema no emociona, si de alguna forma no provoca una vibración anímica, no es nada.
-¿Alguna vez te ha producido rubor un poema al releerlo después de transcurrido algún tiempo?
-Sí, sobre todo los poemas primeros que escribí. Me trago la nostalgia de saberlos escritos en mi época más juvenil, cuando uno arranca hacia el futuro desde un presente de tremenda energía, y los rompo. Supongo que aludes a la calidad de los poemas, ya que en cuanto al tema no me sonrojo, no. Aquello fue aquello y esto es esto.
-¿Hasta dónde la base de tu poesía es la tradición, la cultura?
-No he medido ese “hasta dónde”. Lo que aseguro es que forma parte de mí y por lo tanto de mi poesía. No hasta el punto donde un poema sea importante por tratar de Venecia sino porque sea mío. Con mi poesía, como dije antes, quiero expresarme a mí. No al Puente de los Suspiros.
No puedo eliminar, faltaría más, mi cultura de lo que escribo, está en mi sangre, forma parte de mi vivir. ¿Cómo podría expulsar de mis vivencias espirituales a Parménides, Heráclito, Platón, San Francisco de Asís, Dante, Eckhart, Fray Luis de León, Shakespeare, Spinoza, Kant, Goethe, Leopardi, Rubén Darío, Heidegger o Juan Ramón Jiménez? Lo cual no significa que esté de acuerdo totalmente con ellos. Me han abierto puertas.
-¿Qué papel juega para ti el lector? ¿Lo tienes presente, lo intuyes, lo ignoras?
-Cuando escribo no pienso en el lector, pero si publico es que evidentemente lo tengo en cuenta. Las teorías recientes del texto hablan de la desaparición del autor en beneficio del lector. Lo siento, no. Además ¿es que el autor no es su primer lector? El tema es muy complejo, procuraré explicarme con claridad. Entre autor y lector digamos que hay un “pacto”. El lector acepta las reglas de juego sobre las que se basa la llamada “calidad” del lenguaje. Es un horizonte de aceptación más que la fusión de horizontes (de autor y lector) a que alude Gadamer. O sea, hay un terreno común textual: lo aceptado como base y relevancia lingüística del pasado y del presente. En poesía existen reglas de juego; sin reglas (las que sean) es otro juego; que a eso no lo llamen poesía. Y las reglas se componen de una retórica esencial, inmediatamente fónica. Si –como dice Gadamer- el entendimiento entre autor y lector es lo más importante (más que el texto y su “calidad”), como en cualquier diálogo, entonces el lenguaje ¿para qué? Un perro puede entender sin necesidad de que se le hable, sólo con la recolección de ciertos tonos o sonidos.
En resumen. Hay una co-posesión de la obra entre autor y lector. Si alguien fabrica un instrumento musical y lo entrega a otros ¿no puede él usarlo también? Hablé antes de “pacto”. Añadiré otra palabra, “impacto”. Es la resonania del texto y su contexto en el lector, lo cual es una actividad extralingüística. Las condiciones del lector son intransferibles.
Siempre he soñado con una magia de sustitución, la de poder colocar al lector en mi lugar.
-¿Pretendes sustancialmente comunicar un mensaje?
-No, no “pretendo” comunicar mensajes, porque entonces mi poesía sería -¡horror!- didáctica. Sin embargo, todo se comunica, hasta la incomunicación.
-¿Está presente y pretendida la vestidura estética?
-Siempre, aunque no se note a primera vista. La configuración rítmica –que es estética, no se olvide- condiciona al poema. Luego, la palabra exacta, inmodificable. Otra cosa: el poeta no sólo debe saber escribir bien, también a veces mal. Los mediocres escriben mal sin saberlo.
-¿Dónde se encuentra el punto de inflexión entre el poeta y el hacedor de versos?
-El hacedor de versos no canta nunca y se le nota el esfuerzo. Suda hasta por los ojos, aunque diga que son lágrimas. Pero no, suda hasta por los ojos.
-Danos los requisitos de un buen poeta.
-Difícil contestar a eso, se podría contestar por oposición, hablando de los requisitos de un mal poeta. Pero me atreveré. Hay cierta semejanza entre el buen poeta y el buen actor: para saber dar el gesto (lo que llaman la “forma”), primero hay que saber dar el alma.
-El acto de escritura.
-Uno se mete en sí para que salga el poema. Tensión tremenda. Una especie de “noche oscura”. El que diga que goza escribiendo un poema, o miente o no es poeta.
-¿Guardas los manuscritos?
-Al principio no lo hacía.Y me faltan bastantes porque me los han robado, no precisamente por creer que valían un tesoro, sino porque iban conjuntamente con otras cosas. Una vez me robaron una maleta y en ella guardaba un libro del que no tenía copia, y otras veces entraron en mi casa de Sanlúcar la Mayor y se llevaron una apreciable cantidad de originales; otros fueron quemados por los ladrones en los corrales. ¿Los habrían leído? Hay poetas que dejan “preciosos” sus manuscritos para la posteridad, yo corrijo mucho los míos. Blas de Otero y José Ángel Valente decían que nunca corregían el primer resultado de un poema. Uno siente la tentación de ser irónico…
-Función de la naturaleza en tu poesía. ¿Puede ser hoy la naturaleza un elemento necesario y fundamental en la creación poética?
-Hoy y siempre. A los que se alejan de ella se les nota la sequedad y la limitación. No solamente en la creación poética es fundamental la naturaleza, en todo hace falta. Caminamos por las calles sin saber el nombre de los árboles que vemos, que no vemos. Ella es nuestra seguridad, nuestra garantía de lo sagrado. A la naturaleza la están destruyendo un capitalismo sin moral y un conformismo ignorante.
Yo crecí muy “en” la naturaleza, allá en el campo sevillano del Aljarafe. ¿Tú has visto cómo los niños aman los llamados elementos originales? Con qué plenitud gozan los niños con el agua (el mar, la lluvia, los charcos), con el aire (los columpios, las cometas, las reolinas), con el fuego (el sol, las chimeneas, los cohetes) y con la tierra. De la tierra ¡habría tantos ejemplos!, sólo mencionaré el placer supremo de tenderse en ella, de jugar en ella, de acarciciarla. El niño que crea con barro es un dios. Y el poeta, si no crea con la memoria de ese barro, ¿para qué sirve? En el siglo XVII empezaron a desconectar lo sagrado de la naturaleza. Desde Descartes, el universo fue tajado de lo divino, tras la última gran corriente espiritualista/universalista de los siglos XV y XVI: Pico, Ficino, Bruno.
-¿Es toda tu obra poética un gran símbolo?
-Reducir una obra a un solo símbolo, por vasto que sea, es arduo y pretencioso. Lo simbólico es muy importante. El poeta primero ha de crear lenguaje y luego atender a lo simbólico y lo mítico. En la naturaleza –otra vez la naturaleza- se encuentran los símbolos puros, los “naturales”. Por los símbolos, el mundo nouménico, no sensorial, me manda sus mensajes.
Te diré esto: mi poesía siempre ha tenido una base metafísica y ontológica. Nunca rechacé la influencia existencialista de Heidegger, con importantes modificaciones, pues el horizonte del ser, para mí, no es el tiempo sino la busca. Decía Picasso: “Yo no busco; encuentro”. Malo. Cada momento en la vida es busca. ¿Es la busca la “cosa en sí” kantiana? Para Schopenhauer era la voluntad.
He hablado de lo ontológico. En cuanto a lo religioso, siempre “busqué” lo divino. Dios cristiano, naturaleza y sus dioses. El Ser (Dios) que nos tiene y del que participamos. Junto a lo metafísico, mi poesía no renuncia a lo simbólico. Mis símbolos son, al cabo, metafísicos.
No puedo reducir mi poesía a un solo símbolo. Mi poesía puso al principio un centro, pero luego se expandió en circunferencias sucesivas y huidizas. Otros poetas ofrecen una única circunferencia, visible siempre, la misma siempre. Algo curioso que me ha ocurrido es que en algunos poemas utilizo símbolos que luego reconocí como muy antiguos. Por ejemplo, un poema de Ya quiere amanecer recoge la imagen del árbol con raíces en el cielo; más tarde yo lo encontraría en el Bagavadhita o en Ruusbroec. En un poema de Tiempo del hombre hablo del “tercer ojo”, bueno, es el punto en la frente femenina, el bindi, que contiene el mantra sagrado aum. Tiene un sentido sexual y cósmico. Otro ejemplo: en Mínimas del ciprés y los labios, a mis veintipocos años escribo un poema en el que dice Dios-: “En mí hay que entrar, / sin preguntar, entrando”. El asco mío a los porqués divinos, supe después que es típicamente oriental (taoísmo) y está también en mis indispensables Eckhart y Spinoza. Otro ejemplo: en mi próximo libro, Primavera del ser, figura el tema y símbolo de la mujer crucificada, me pareció un hallazgo, y a una mujer cricificada la acabo de ver en un icono ruso del siglo XVI de Santa Paraskiva Piatnitsa ¡y completamente desnuda, como en la diosa de mi libro! A veces da miedo escribir.
-¿Tradición o innovación debe buscar el poeta?
-Yo busco (otra vez la palabra) innovación, ¿quién se queda fijo? La tradición no se busca, está ahí y nos alimenta, lo sepamos o no. En la verdadera poesía nada muere o es viejo.
-¿Música o silencio en la poesía?
-No debemos oponer música y silencio. El silencio lo es referido al sonido; sin este no existiría el concepto “silencio”. Música y silencio en una unidad que los englobe. Y el poeta, como artista, debe saber manipular esa incluyente realidad en el lenguaje. Hay una sabiduría de las pausas, como la hay de la entonación, existen los dos puntos, la coma, el punto y coma, los puntos suspensivos, que han manejado algunos poetas maravillosamente (Juan Ramón, A. Machado). Quizá ahora no se escriban mucho para ahorrar tinta.
-¿Cuándo termina un poema?
-Cuando el poeta no tiene más nada que decir. Valéry decía que un poema no termina nunca. Juan Ramón, “no le toques ya más, / que así es la rosa”.
-¿Ha cambiado tu idea de la poesía en el devenir de los años? ¿Tu lenguaje poético?
-Mi idea, no. La poesía que surge del poema (la que nos interesa ahora) es una consecuencia, como dije más arriba, de los tres “aspectos” (Hera, Atenea, Afrodita): lo rítmico, lo mental (conceptual/imaginativo) y lo emocional. Añadiré que ellas fueron las tres diosas que se desnudaron ante Paris para que el troyano diera el premio de la manzana de oro a la más hermosa. Como todos saben, se la dio a Afrodita. En mi ejemplo, la emoción… Lo que cambia es, en algunas circunstancias, hacia qué “aspecto” se puede inclinar más un poema determinado. En ocasiones, predomina en un poema mío lo conceptual porque así lo pedía el tema, en otros lo rítmico. Nos influye el alrededor y el poema recoge todo eso, aunque los contextos de nuestra época hay que examinarlos con cuidado, no parezcan insignificantes y ridículos en el futuro. Lope de Vega o Shakespeare alaban el sudor femenino, no ya con intención erótica, sino como representación lírica.
En relación con tu otra pregunta, al principio, mi lenguaje poético quizá fuera más imaginativo, pero yo nunca he abandonado mi gusto por lo sensorial y su reproducción en el verso. Nos pasa mucho a los andaluces.
-El poema, una vez dado a conocer, ¿sigue perteneciendo a su autor de igual modo?
-De igual modo no, porque al leer el poema el lector lo hace también suyo. Si vale el poema.
-¿Crees que es lícito modificar un poema una vez publicado?
-Sí. Siempre que sea para perfeccionarlo en su lenguaje. En lo demás, no. El poema resulta inseparable de las condiciones de su nacimiento.
-¿Hasta qué punto has sido consciente de tu propio devenir poético? ¿Hasta dónde instigador, hasta dónde espectador?
-Mis libros han sido escritos en correspondencia con determinadas etapas de mi vida. Si se hace camino al andar, como escribía A. Machado, he sido consciente de mi devenir poético “deviniendo”. Yo no me propongo ajustar mis libros a esquemas preconcebidos, aunque sí a impulsos generadores. Instigador se es de la propia andadura; espectador, nunca. Pues aunque mire atrás, mi mirada es activa y recreadora.
-¿En qué aspectos concretos han influido tus autores favoritos, tus lecturas?
-Las influencias pueden ejercer su poder muy sutilmente. Pueden influir incluso autores que no nos gustan. Y no tienen que ser autores. En mí han influido árboles, animales, pueblos, casas, pinturas, el verano, flores, ríos, meteoros, una sinfonía o una canción, el sabor de un anónimo vino granuja, un juguete antiguo, presencias y ausencias de personas, ¡tantas cosas!
Algo que no soportaría es que la influencia de un autor no la hubiera asimilado, domeñado bajo mi voz propia.
-¿Crees que si hubieras permanecido en España, inmerso o cercano al “mundillo” poético, tu evolución hubiese sido diferente?
-Probablemente sí. Tendría que haber contado con ese mundo mundillo poético, aunque fuera desde la disidencia. Porque es difícil evadirse de los coches si se va por la carretera.
-¿Encontraste en EE.UU. tu hija sexta, la libertad?
-Veo que has leído lo que digo en el número que me ha dedicado la revista “República de las Letras”. La encontré. Ya no tenía que hablar bajito para referirme al Régimen o para criticar a la Iglesia, ya podía ir a películas donde el culo no era pecado, ya dejaba de tropezarme con militares y militares por las calles porque la cultura general no era la cultura de los generales, ya no había problemas al hablar en clase sobre la filosofía de Sartre o la poesía de Lorca, ya no debía sufrir por ser diferente.
-¿Qué te ofreció EE.UU. en cuanto a tu vida? ¿Y en cuanto a tu poesía?
-Libertad, como dije. Y un solo trabajo, enseñar en la universidad, no una acumulación de ellos como en España: Universidad, Consejo de Investigaciones Científicas en Derecho y Letras, programas de poesía en la radio, labores editoriales, colaboraciones en periódicos y revistas. Te diré algo, ¡ha pasado tanto tiempo!, yo colaboré hasta en el “Marca”, con seudónimo. Me presenté a unas oposiciones de Meteorología ¡y saqué el número uno! Qué no habré hecho yo. Y daba bastantes conferencias y lecturas poéticas por toda España; entre ellas, las que organizaba el Ministerio de Información. Y en el Ministerio no me impidieron hablar sobre los temas menos “canónicos”. Cumplieron su promesa cuando lo demandé, y lo sigo agradeciendo. Pero después vinieron ya grandes tentaciones, me ofrecieron de aquí y allá magníficas ventajas económicas, y no, yo no podía aceptarlas porque significaba vivir del Régimen. Nunca. Por eso y por otras razones, mi mujer y yo, con los cinco niños, nos vinimos a Estados Unidos. Aquí siempre he pensado sin sobresaltos.
A mi poesía, Estados Unidos le ofreció un nuevo tema, muchísimos temas, con su espacio y su cultura. Además, se me abría la cultura en lengua inglesa, sin censuras, y vivía en el que llaman el primer país del mundo. Tampoco era para llorar.
-¿Cuál fue tu camino hasta llegar a ser profesor en la Universidad de Georgia?
-En Míchigan pasé cuatro años, como profesor en Western Michigan University. El frío, aterrador. La gente, amabilísima. En 1973 me fui a Georgia a instancias del Jefe de Departamento de Lenguas Románicas de la Universidad de Georgia, John Dowling. Después de trece años de no vivir en Sevilla, recuperaba el sol, las flores, la vida natural.
-¿Qué M. M. crees que tendríamos sin su estancia en EE.UU.?
-No soy profeta. Posiblemente más gordo, averiado del hígado y con un chalé en Punta Umbría.
-En Memorias de Deucalión, una sección se titula “Sueños”, ¿qué son y cuáles son los sueños de M.M.?
-Con “sueños”, supongo que te refieres a los sueños que no son deseos, aunque Freud decía que todo sueño es un deseo de algo. Yo sueño mucho, y he publicado algunos de ellos en una antología de mi obra que editó Anthropos en 1991. Hay sueños que no son sino vertederos del día, pero otros “significan”. En sueños he visto mucho. Lo conocido y lo desconocido. Yo nunca he tenido alucinaciones. Según Kant, el asunto está claro: se sueña durmiendo y se alucina despierto. No tan claro, digo yo, porque se sueña también cuando la conciencia actúa todavía en el entresueño. Y se puede soñar escribiendo un poema, donde el instinto desata las ataduras racionales.
Algunos de mis sueños tienen su vida: nacen, crecen, mueren. Durante los primeros veinte años de mi vida tuve un sueño que me volvía medio loco. Yo era un asesino y había escondido el cadáver en un armario de mi casa. ¿Habría matado a alguien en una vida anterior, si hay vidas anteriores? O en otra posterior, porque los sueños pueden ser memorias del futuro. Hay sueños míos que se repiten siempre. En uno, entro en mi casa (aunque no es mi casa real), y en ella existe una parte de techo bajo que es mucho más moderna, oscura, sin nadie. Qué paz, qué dicha. En otro, recorro y recorro una oscura galería de museo, ¡un museo sin cuadros!, y miro atentamente las invisibles pinturas. Sueño mucho con mi casa ya derribada de Sanlúcar la Mayor; en un sueño veo el gran patio sin sus magníficas losetas de barro cocido, con las entrañas al aire como el Coliseo de Roma. En fin, no voy a tratar ahora de navegar por todo el archipiélago de mis sueños.
-“¡Ay del que no llegue a sus dioses o a su dios!”. ¿Has llegado a tus dioses o a tu dios?
-He llegado, pero sigo buscando. También Él, también ellos me buscan a mí.
-¿El poeta habla con Dios o con el mundo?
-Si me declarara panteísta no habría problema; Dios y mundo, la misma cosa. Diré esto: hablo con Dios y con el mundo. Parece mentira que estemos charlando sobre estos asuntos, no se llevan entre los poetas. Para los griegos, Dios estaba en la naturaleza; para los hebreos, en la revelación, en la Torá; para los cristianos, en su interior. El mensaje de Cristo se ha estropeado, lo han estropeado, hoy es una caricatura. De todos modos, los místicos cristianos sabían que Dios no es la naturaleza, pero “está” en ella.
-“Una busca de lo divino”, ¿qué es lo divino y cómo buscarlo?
-Menuda pregunta. Bastará con una metáfora: lo divino es el agua que calma al sediento, la satisfacción de todas las buscas. Sí, todo es busca, buscamos y buscamos. ¿No es Dios lo que da nombre a todo eso? Es como una inmensa ansia de lectura: Dios como texto. Decía Spinoza que en nuestro cerebro está el autógrafo de Dios: dentro de nosotros, en nuestra oscuridad se pierde uno menos, se ataja. A veces he pensado que el Dios que nos “gobierna” parece ser el doble de Dios, el que se expone a nuestra ira, el que recibe las bofetadas, el que se arriesga a equivocarse, mientras el Dios verdadero goza de la oculta aristocracia de sus blasones, un Dios que como las máquinas no se equivoca, y no celebra cumpleaños porque no los cumple, y que ya prepara sus judiciales fuego de artificio en la hora final.
¿Cómo buscarlo? Queriendo buscarlo. Debemos tener cuidado, puede a veces encontrarse tan cerca, tan dentro, que entonces no sepamos verle, y alejado se le vea mejor, y por ahí cabría empezar la busca. ¿Qué más riesgos? Es posible que cuando se le vaya a tocar, su cuerpo sea una sombra de otra sombra de otra sombra etcétera.
Un dato seguro: si lo divino es triste, no es divino.
-Los personajes que aparecen en Memorias de Deucalión –Rubén Darío, Heidegger, Alfonsina Storni…- ¿son los huesos o las piedras lanzadas por Deucalión y Pirra?
-Lo son porque pertenecen a la tierra, pero son aquí más creadores que criaturas, ellos también como Deucalión y Pirra. Si estos re-crearon la humanidad de la oscuridad y la tierra, esos escritores o pensadores crean desde su oscuridad y su barro. Mis poemas son un homenaje. En el caso de Alfonsina Storni, no la tengo entre mis grandes poetas, pero siempre me gustó su valentía, su destrucción de perjuicios, el aura de maternidad –creación- que la envolvía.
-¿Son los sueños partículas de esas piedras?, ¿o son rama del olivo de Noé?
-De Noé o Deucalión. Son partículas de piedras y ramas. No voy a extenderme ahora sobre los símbolos de trascendencia de Jung.
-Dices en una entrevista “necesito de los símbolos para intentar conectarme con lo que existe tras lo fenoménico”, ¿puede el lector común conectar con los símbolos de tu poesía? ¿Con qué armas?
-He escrito que mi poesía tiene tres lecturas. Primera, aquella a la que se puede acceder fácilmente. Para todo el mundo. Segunda, para el que entra en más profundidad o más altura, y se mete, por ejemplo, en el mar de los símbolos; no es demasiado difícil para alguien culto, aunque yo no quiero “fijarle” las significaciones, es muy libre de elegir, pues propio es de los símbolos la sugerencia. Y la tercera lectura es para mí mismo; me paseo por mis claves, por mis negruras e iluminaciones. Si alguno llega ahí, mejor para él.
-Hay muchas filosofías integradas en tus poemas, ¿cómo explicar esa multiplicidad de presencias? ¿Qué mensaje quieres transmitir con ello?
-Yo no quiero transmitir mensajes. De todo lo que he leído, algo quedó que me ha atraído y he incorporado a mi manera de ver y sentir. Antes me referí al tema de las influencias. De la filosofía de Parménides y los eleáticos acepto, porque está en mi línea existencial y esencial, la indestructibilidad del Ser y el mal barniz de las apariencias. De Heráclito, la incesante transformación de todo en fuego, es decir, en energía, y la mostración del truco de las oposiciones. De Spinoza, la infinita variedad de las manifestaciones de ese Ser, de las que sólo conocemos el pensamiento y la extensión. De la Cábala, el riego decimal de esas manifestaciones, y su sagrada presencia femenina entre nosotros. De Kant, su apelación al mundo nouménico desconocido. En el caso de Kant, sin embargo, no creía él mucho en la autonomía de lo nouménico, como se atestigua en sus últimos textos; gran decepción, porque se limtó al final a ser un idealista más, casi del linaje de Berkeley.
Y además ¿no hay filosofía en los herméticos, en los místicos sufíes, en los hindúes, en el Zen?
-¿Enmarcarías tu poesía, o algunos de tus poemas, dentro de una tendencia metafísica?
-Que mi poesía tiene una intención metafísica está claro, pero no me gustaría que me llamaran “poeta metafísico” sino poeta a secas. No pretendo, al escribir, ser un filósofo y sí un poeta, no deseo con mis poemas escribir trataditos. Cabe preguntar, de todos modos, si puede existir una poesía de verdad que no tenga preocupación metafísica: bucear en el yo, proyectarse en la naturaleza, “buscar” origen más allá de las sombras como en la cueva de Platón. En un poema mío digo que “la sombra de un dios es su silencio”.
-¿Con qué personaje de la historia te identificas?
-Con ninguno. Si me “identificara” con él, perdería mi identidad. Puedo simpatizar con unos más que con otros, pero así, al pronto, no me atrevo a dar un nombre. Bueno, me atreveré: Goethe.
-Si pudieras elegir otra época para desarrollarte como poeta, ¿en qué tiempo nacerías?
-Decía Borges que a todos les toca siempre un tiempo malo para vivir. Lo que uno es, se debe a un conjunto de circunstancias que serían muy diferentes en otra época: yo sería otro. Lo mismo que afirmo en mi respuesta anterior, se trata de simpatías y antipatías; arriesgo una de mis grandes preferencias, el Renacimiento italiano, sobre todo en Florencia. ¡Qué explosión de vida, qué cambio de mentalidad, qué tirar adelante uniendo lo divino y lo humano! Si pienso en el Renacimiento español, tan tardío, concretamente el literario, resulta extrañísimo, pues en el primer Renacimiento un poeta habla mucho de amor, Garcilaso, pero platónicamente, y en el segundo un fraile, San Juan de la Cruz, habla mucho de Dios, pero sexualmente. Extraordinaria época literaria fue también la del reinado de Isabel de Inglaterra. Y otra cosa, el poeta, si lo es, sobrevive en sus versos a las circunstancias adversas, como en la época de Felipe III y Felipe IV, o la franquista.
-Tienes poemas que podríamos definir como satíricos, a veces incluso mordaces, en los que arremetes contra personajes literarios, políticos… Entre líneas se intuye una gran desazón, ¿te conforta este tipo de escritura?
-Uno es humano. No vivo en la torre de marfil ni en la Torre del Oro, y lo importante es que el poema sea bueno. ¿Por qué no hacer ese tipo de versos algunas veces?, los hicieron los poetas de la Antología Griega, los latinos Horacio, Catulo, Propercio, los españoles Lope, Quevedo, Góngora, Carolina Coronado, Juan Ramón, A.Machado, Jorge Guillén, Rafael Alberti. Señor, un poco de sonrisa en nuestro tristísimo ambiente literario.
-¿Es la reflexión sobre las grandes preocupaciones del ser humano lo que convierte en trascendente la obra de un poeta?
-Puede decirse que sí. Pero no olvidemos algo: el poema tiene que ser un buen poema desde el plano del lenguaje. Claro, esa reflexión debe tener peso.
-¿La moda, la estética de un momento pueden encumbrar o postergar la suerte de un creador?
-Sucede con frecuencia. Salvador Rueda, Francisco Villaespesa o Emilio Carrere fueron poetas apreciadísimos en la época modernista. No son malos poetas, ni mucho menos, pero pasado el modernismo han quedado en el olvido. Se intentó postergar a Rubén Darío y a Manuel Machado, con Darío no pudieron y sí con Machado, por fin devuelto a una consideración de calidad. A Juan Ramón Jiménez los poetas y críticos del realismo social lo ignoraron completamente; Castellet lo despreció, ¡viva Antonio Machado!, y el Machado menos interesante, el posterior al simbolista. Ahora se han fijado en Juan Ramón. Entre los del 27, han intentado ignorar a Lorca, pero Lorca es mucho Lorca, y Aleixandre va saliendo de la sombra a que fue condenado tras su muerte. Cernuda está en todo su esplendor; ojalá dure. Pedro Salinas y Jorge Guillén no cuentan demasiado. No digamos, Gerardo Diego. Etcétera.
-¿Esta moda o estética puede ser la creadora de un falso canon?
-En efecto. Y el canon lo crean algunos críticos con la ayuda de algunos poetas. La crítica, en España, es débil. Hace mucho que Manuel González Prada escribió este pareado, tan aplicable hoy: “El crítico en España no critica: / ex cátedra resuelve, pontifica”. Los críticos de poesía, en su mayor parte, están faltos de sensibilidad, de conocimiento. Cuando hablan de un poeta nunca tratan de su verso. Son críticos –perdón por el neologismo- misórficos, odiadores de Orfeo, del canto. Abundan los críticos profesores. ¿Sabes lo que decía Baroja? “De profesores de literatura he conocido pocos, o si he conocido alguno, no lo recuerdo, porque todos ellos me parecieron un poco pedantescos”. En España, un crítico literario de periódico es normalmente más popular que los escritores, como los presentadores de televisión más que los personajes que llevan a sus programas. ¡Qué aberración! De los cánones, como de todo lo forzado, no queda nada. Queda el poeta.
-Poesía: ¿sueño o realidad? ¿Sueño real o sueño simbólico?
-Sueño y realidad. El sueño pertenece a la realidad. Por sueño real supongo que te refieres a un sueño sin valor connotativo. De todos modos pienso que no hay sueños sin alcance simbólico; averiguarlo o no, es otra cosa. No creo mucho en los diccionarios de sueños ni de símbolos, pues cada uno tiene sus propias necesidades; para mí un ciprés puede significar algo muy distinto que para otra persona. Lo cual no implica despreciar la importancia del incosciente colectivo y su herencia de arquetipos.
-La presencia de los mitos en tu obra.
-Mi contestación sería interminable. Y habrá que dejar algo al estudioso… Cualquiera que me haya leído los habrá comprobado, algunos más escondidos que otros. Mitos de nuestra cultura grecolatina y cristiana, mitos de otras culturas y religiones. Porque el mito nos acerca a una comunión con la naturaleza y en ella al árbol de nuestra geneología espiritual. El poeta, en todo caso, debe darle su inflexión y reflexión al mito, no calcarlo. No estoy de acuerdo, pues, con la literalidad pregonada por Lyotard.
-Háblanos de tu concepto rítmico, ¿qué relevancia le otorgas en tu lírica?
-Ya te hablé sobre el aspecto Hera” (el rítmico o fónico) del poema, absolutamente necesario. Y dije que el cuco o cuclillo -¡música!- era el ave dedicada a esta diosa. El griego “rhytmos” y el “numerus” latino significan orden, medida, sonido. “Ordenación de los tiempos”, dice Aristóxeno. “Ordenación del movimiento”, San Agustín. “Palabra en el tiempo”, es la poesía para Antonio Machado. En el ritmo puede entrar la medida de la sílabas, el acento, la aliteración, la rima, la anáfora, la entonación, las pausas, la puntuación, la diversidad estrófica, el movimiento sintáctico, la correspondencia entre el significado y la manera de expresarlo, etc.
-¿Qué crees que ha ganado o ha perdido la poesía y el poeta con el verso libre?
-Habría que matizar qué significas con “verso libre”. ¿Al francés de los años 80, de Gustave Kahn, Jules Laforgue, Francis Vielé-Griffin, René Ghil, el verso canonizado por Édouard Dujardin, donde no importa el número de sílabas ni la rima –que la hay- y sí las asonancias? Nosotros ya teníamos versos libres de diferentes sílabas (las silvas) y los italianos escribían silvas sin rima, versos “libres y dsesiguales” según la expresión de Juan de Jáuregui, que los recomendaba para evitar -decía- el “porrazo” de la rima consonante. Joaquín Du Bellay aconseja que no se rime, él, gran rimador. A la clase de poema escrito en versos proporcionados (de siete, nueve u once sílabas sobre todo) y sin rima, que introduce en castellano Juan Ramón Jiménez con Diario de un poeta reciencasado, es lo que llamamos hoy usualmente “verso libre”, como también a los versículos o versos combinados, sin rima, que introdujo Pablo Neruda en castellano y Vicente Aleixandre en España.
Con el verso libre se ha ganado –Perogrullo- libertad. Pero tanto en verso libre como en el más ajustado a la costumbre histórica, el ritmo es indispensable y las palabras tienen que ser las insustituibles. Hay sonetos de una modernidad deslumbrante y hay poemas en verso libre que saben y suenan a viejo.
-En alguna ocasión, ¿la forma ha suspeditado en ti a la idea?
-Al poeta le es dado legítimamente avanzar por sugerencias “formales” mientras escribe. No se dejará avasallar, sin embargo, por la arquitectura del poema. El poema es suyo, y después de suyo, bautízalo como sea: romance, silva en verso libre, escritura caótica, etc.
-Cuando confiesas que la poesía para ti es un “intento de interpretar la realidad en verso, de acuerdo con la personalidad de cada uno”, ¿qué aporta la forma poética, a diferencia de la prosa, a esa interpretación subjetiva?
-El ritmo. La interpretación es rítmica, por el ritmo pasa. Importa cómo danzan las palabras en el poema. Música de la palabra y del pensamiento. Se hace sonar musicalmente al pensamiento. Un poema tendrá siempre su música, como una ventana sirve para que entre la luz; cambiará su forma, pero servirá para que entre la luz del sol, de la luna, de las estrellas. Y el aire. Luz y aire: inteligencia y don. Y entra el ritmo del universo.
Más: adoro lo esencial que proporciona (si uno es poeta) el poema, su exigente concisión, ¿no has notado que en un buen poema se puede decir lo que una novela necesita multiplicar en doscientas páginas?
La poesía es el género literario en estado puro. Los personajes de Don Quijote o Celestina, por ejemplo, adquieren su relevancia sin obligarse la gente a ir a los textos literales. Un argumento no depende del lenguaje textual. Pero el poema no está contaminado por lo no estrictamente literario; la verdad, es imposible “contar” un poema lírico. A quien me objete con ejemplos de Dante o Byron, responderé que ese tipo de poema (inacabables tercetos encadenados u octavas reales), ya sin vigencia, yo jamás lo leería como una narración sino como maravillosas criaturas de hondo pensamiento danzante. Y no se olvide algo: muchos novelistas , autores de teatro o ensayistas, comenzaron como poetas. Otra observación: los poetas llevan a la prosa una concisión y una costumbre de estructura rítmica que les hace salir con ventaja. Nietzsche escribió estas palabras: “Los grandes maestros de prosa siempre fueron poetas; si no en público, en secreto, detrás de la puerta cerrada”.
-¿Es la metáfora tu hija poética más amada?
-Me es importante, en cuanto me permite sobrepasar a veces lo denotativo por insuficiente. En todo símbolo hay metáfora, y yo no puedo prescindir de los símbolos, ni ninguna poesía que se estime como tal. La metáfora no es sino un falso silogismo donde se repite el mismo predicado. Un ejemplo, utilizando una usadísima metáfora: “Tu pelo es amarillo. El oro es amarillo. Luego tu pelo es oro”. La metáfora quizá sea la pieza más eficiente del léxico de significaciones no lógicas, bueno, hay que contar con la metonimia o sinécdoque (lo mismo para mí). Aunque creo que la metáfora y la metonimia no se diferencian sino en una cosa. Me explico. Hay dos planos en el ejemplo de la metáfora “tu pelo es (de)oro”, pelo y oro, pero sólo uno de los dos existe en ella de verdad, el pelo. Pondré ahora un ejemplo de metonimia; “pedir la mano” de la novia. En realidad, se pide el cuerpo entero, pero ya se sabe, la sociedad encubre muchas evidencias. Pues bien, en pedirse la mano vicariamente por el cuerpo de la novia, existen los dos planos: cuerpo y mano. Aun así, con esa diferencia, ¿no se podría tomar la mano como metáfora del cuerpo? Para David Hume, sin la semejanza y la contigüidad, o sea, sin la metáfora y la metonimia, no podríamos pensar. Todo es (añado yo) “asociación” en las dos.
-Además de reunir y hacer más accesible la obra de un poeta, ¿qué otra función crees que desempeña la aparición de unas obras completas?
-No creo que sea proporcionarle un dineral al poeta. Da cierta satisfacción –nunca vanidad- ver tanta vida reunida, pero no significa un final, sino un seguir adelante. Las obras del poeta, como las que hacen los ayuntamientos en las calles, nunca están completas.
-¿Hasta qué punto se piensa en la posteridad cuando el propio autor determina dar a luz su obra?
-Yo nunca he pensado en la posteridad, suena a “poster”. Me gusta la idea de que haya lectores míos en el futuro. Nada más. No fío demasiado en la sensibilidad de ciertas épocas, mira lo que pasó con Góngora. Me parece que has dicho bien, “dar a luz” la propia obra. ¿Es que una madre cuando da a luz piensa ya en su hijo abogado o médico? Está hecha cisco y contenta de ver fuera a la criatura.
-A tu juicio, ¿cuál es la edición más válida para el investigador de tus poemas?
-La última, la “completa” de 1996. Ahora bien, no estaría de más leer las ediciones anteriores para anotar los cambios. Sobre todo si se tratara de una edición crítica. Pero estamos hablando de lectores especializados, no lectores normales.
-¿Qué periodos establecerías en tu obra? ¿En función de qué?
-No he pensado mucho en ello, aunque ya tengo años y obra para meditarlo. Lo primero que se me ocurre es hacer periodos atendiendo a los lugares en los que escribí mis libros, en orden cronológico: Sevilla y su campo (Mínimas del ciprés y los labios), Madrid (Tiempo del hombre, La lámpara común, Misa solemne) y el resto en Estados Unidos, aunque la geografía no es exclusiva, hay mezclas de lugares.
Pero como te veo muy “simbólica” y “mítica”, acaso valga la pena intentar otra clasificación, atendiendo a mis edades y a elementos que eran indispensables en los Misterios antiguos, la iniciación, el sacrificio y la resurrección. Nunca me planteé trazarme ese camino; será cosa de los hados o las hadas. 1) Época de juventud, con la infancia incorporada: Mínimas del ciprés y los labios (amor, iniciación a nueva vida, sacrificio de lo anterior). Tiempo del hombre (iniciación –Madrid-, muerte de lo anterior). La lámpara común (continúa lo dicho y se anticipa en lo invidual y colectivo el siguiente libro). Misa solemne (muy sacrificial, yo soy la víctima. Sacrificio mío y de la tierra y los seres, fusión con la naturaleza, eucaristía en el poema final “El gazpacho”). 2) Época de madurez. Poemas exclusivos (nueva vida en Estados Unidos, destrucción de muchas cosas antiguas. Es mi libro más amargo). Ya quiere amanecer (el amor, jubilosa iniciación casi hermética). Memorias de Deucalión (desarrollo de ese renacer en el enigma de lo cotidiano y lo poético, y en las travesías por lo prenatal). Fiesta (otra iniciación. Inminencia del Ser y desaparición de las apariencias. De la muerte).
-“y en esta esquina de palabras / te espero”, ¿a quién ha encontrado M.M. en su esquina de palabras?
-Al lector, a los lectores. Cara a cara los dos. Sin disfraces los dos.
-¿Ha habido silencio en tu esquina? ¿Cómo ha sido el silencio? Me refiero a tu obra.
-¿A quién no han querido silenciar alguna vez? Ha habido y hay silencios. El silencio, como todos los silencios, ha sido… callado. Pero te entiendo. Las causas pueden ser la ignorancia, el no entender la obra, el saberse inferiores, el resentimiento porque yo como crítico he protestado cuando la justicia estaba en juego, no lo perdonan, en fin, yo nunca acaté consignas ni tengo ningún carné político o de otras afinidades. Me río de la arrogancia de algunos mentecatos que fabrican sus listas de poetas como listas de reyes godos o listas de la compra. Eso, de la compra y la venta. Caiga el silencio sobre los que intentan silenciar, no los citemos, no detallemos -aunque sea negativamente- sus engendros jerárquicos, para no difundirlos ni consolidarlos. Una vez me dijo Aleixandre que me pasaría como a él (por favor, no hablo desde el envanecimiento), como al que sube por la cucaña y las manos inferiores le tiran del cuerpo, de la ropa, que no avance, abajo, y de pronto ve que las manos ya no pueden alcanzarlo, y esas mismas manos lo ovacionan. Lo siento, vuelo demasiado alto para ellos. Además, tengo gente, bastante que no me silencia. Sufran los envidiosos y los domesticados, la más inútil gala de nuestra literatura española actual.
-¿Qué vinculación se crea entre el poeta y el crítico de su obra?
-El hecho de que alguien se ocupe de la obra del poeta no debe crear ninguna vinculación especial. Si el crítico no es amigo y la crítica se realizó con buena voluntad, se agradece. Si además con inteligencia, conocimiento y acierto, mayor agradecimiento. En el caso del crítico amigo, no sea partidario porque sí; razone su posible entusiasmo con el texto de los poemas al lado sin oler a incestuoso. Hay críticos, ahora, que están en todas partes. Observo que en los jurados de los premios literarios llamados importantes se repiten los mismos críticos, y los mismos escritores saltan elegantemente de premio a premio (de dinero a dinero) como bailarinas de ballet. Se ha llegado a un punto en que lo humillante no es presentarse a ciertos premios, sino ganarlos. No se premia al más poeta sino al más amigo.
-¿Qué prefieres, al investigador de tu obra o al lector? ¿Por qué?
-Oye, el investigador es también lector. No prefiero a uno sobre el otro, el investigador sirve para aclarar una obra, también para difundirla, y se supone que le gusta. Nada menos. El lector “normal” es un misterio y una necesidad. La obra puede vivir sin investigadores; nunca sin los otros lectores.
-¿Qué le aconsejarías al investigador?
-Al buen investigador, no soy quién para aconsejarle nada. Sabe muy bien lo que hace. Al otro, al malo, que se dedique a otra cosa. Por ejemplo, a fraile o a proxeneta.
-¿Cres que se ha comprendido tu poesía en España? ¿Por qué grupos ha sido mejor acogida?
-Claro que ha sido comprendida. ¿Por qué grupos? Mejor, por qué personas. Por las que buscan algo más que la archisabida, la previsible, “l´usata poesia” de que habla Carducci. En mis lecturas poéticas y conferencias en España, he encontrado bastantes personas que me dicen que empezaron a interesarse por la poesía leyéndome. Algunas de ellas, conocidas figuras ahora.
-Hay un grupo fiel que ha trabajado sobre tu obra, ¿echas de menos más estudiosos?
-Hay estudiosos de mi obra que no son ese “grupo fiel”. Yo no busco a nadie ni a nadie rechazo. Lo que importa es que los estudiosos valgan. El grupo fiel, como dices, se ha metido en mi poesía desde hace tiempo y la entiende. La fidelidad no es a mí sino a mi obra.
-“yo quiero / que sepas cuánto queda por decir” son unos versos tuyos, ¿cuánto le queda por decir a M.M.?
-Cuanto el tiempo de vida me lo permita, mientras conserve mis facultades mentales.Al parecer, no menguan, sigo lleno de preguntas y territorios.
-¿Qué sientes por lo que no has dicho todavía?
-No lo habré dicho con esas mismas palabras, pero de algún modo lo habré expresado. Si a mi edad no he expresado ya mis ideas fundamentales, estoy perdido. Siento, lo confieso, curiosidad por mi poesía, por cómo reaccionará ante los sitios y las horas, y no renuncio a conservar juveniles las palabras.
-¿De qué manera ha transformado tu poesía la poesía?
-Seamos humildes.
-¿Y tus estudios, qué han aportado al campo de la crítica?
-Lo que querido hacer es una rigurosa interpretación del texto poético. Esta interpretación es la suma de un análisis textual más los contextos pertinentes, y eso ha sido desechado usualmente por nuestra crítica. Los contextos pueden ser muchos: lingüístico, histórico, social, político, literario, filosófico, artístico, erótico, feminista, religioso, simbólico, hermético, alquímico, mítico, incluso biográfico, tan despreciado por la crítica moderna. Si acaso, esta crítica, estos teóricos del texto tratan monopolísticamente de algún contexto y nada más, como el social, el político, el transtextual, el desconstructor de filosofemas, etc. Desde la “Nueva Crítica” (Eliot, Richards, Wimsatt) hasta algunas feministas (Belsey, Millett), han querido arrancar –es un ejemplo- colores al arco iris para favorecer el suyo. Por favor, yo soy radicalmente feminista, no me juzgues mal. Esa ha sido mi modesta aportación, si lo ha sido, visible sobre todo en mi voluminosa obra Poetas españoles de posguerra. En España, por referirme al aspecto rítmico del lenguaje poético, ¿cuántos lo estudian al ocuparse de un libro? Es de pena.
-¿Qué ve M.M. en el maravilloso poema “Aquel Manuel Mantero”, qué siente?
-Oye, maravillosa la lámpara de Aladino. Veo a un Manuel Mantero habitando la inocencia pero ya en los umbrales de un abismo con estrellas imposibles. Pero fueron después posibles.
-“A su manera –dices- Ya quiere amanecer es un libro revolucionario”, ¿por qué?
-En el prólogo que le puse a la edición facsímil de ese libro digo lo que podría contestar a tu pregunta. “Gozo de compañía incesante frente al tiempo y frente a la sociedad”. El sexo como algo sagrado, sacrificial, “la mutua redención” y “resurrección”. Cada amante escoge al otro en cada momento. “El amante asume las edades de ella, todas sus edades” y la mujer las de él. Más. “Gracias al amor (…) llega un momento en que queda superada la oposición de los sexos. Importa el incendio común, no el perfil de cada llama”. O sea, ya no importa que uno sea hombre y el otro mujer. ¿Qué es ya lo heterosexual? ¿O lo homosexual? Frente a la sociedad, triunfa “un idéntico ser acumulado en universo y paraíso”. (Si suena a mística unión en lo divino, mejor. Digo al final del prólogo que no “nos vence la apariencia”, doble apariencia, disuelta en eternidad. Siempre existiremos en el amor. Siempre.
-¿Piensas que Fiesta es también un libro revolucionario?
-Acepto que sea revolucionario por despegarse bastante de lo que se “lleva”. Libro que se adentra todavía más en el tema de las apariencias engañosas y planta cara a la realidad de las realidades. Ansia de la perdida unidad con lo sagrado. Escribo sobre lo vivido en sus estratos más profundos. Si el tiempo o el espacio no existen (los “nuestros”), si son lo mismo, puedo en uno de los poemas bailar con Emily Dickinson y en otro bailar con unas muchachas sevillanas fijas en su cartel antiquísimo de las Fiestas de Sevilla, reviviendo además el mito de la Bella Durmiente. Etcétera. Fiesta tiene cuatro partes (el libro anterior, Memorias de Deucalión, se fundamentaba en el 3 y el 9), y el 4 representa el cuadrado, el círculo, la esfera: la divinidad. Al fondo, un murmullo litúrgico de mandalas. La portada del libro lleva un mandala. Todos son poemas breves, “canciones”, con mucha rima, y he tenido en cuenta formas populares españolas así como ritmos extranjeros, qué decirte, he intentado darle a nuestra poesía novedad y movimiento.
-¿Cómo vives el paso del tiempo? ¿Son distintos los tiempos de M.M. hombre y M.M. poeta?
-Hay tiempos inevitablemente dedicados a labores muy prosaicas, cotidianas. Sin embargo, en mi interior no puedo interrumpir mi inconsciente taller poético, aunque esté comiendo o viendo televisión. Cuando voy conduciendo mi automóvil, si me distraigo pensando un poema, me doy el tortazo.
-La poesía de la segunda mitad del siglo XX está prácticamente por estudiar, ¿qué tipo de estudio aconsejarías?
-Falta perspectiva y falta claridad. El que se ocupe de esa época tendrá que hacerlo sin prejuicios y bien preparado. Y que se deje llevar por su gusto, su independencia, su instinto. Esta palabra, instinto, parece que va a desaparecer del diccionario por falta de uso. ¡Delicioso instinto! Y falta alguna dosis de entusiasmo, de locura. Demócrito lo dijo: “Nadie es un gran poeta sin su hálito de loco”. ¿Qué poeta, ante la provocación de algo, escribe ya un poema absurdo, “revolucionario”? Si responde a algo, no es absurdo.
-¿Hacia dónde va la poesía? ¿Hacia dónde debería ir?
-La poesía no va ni viene, está dentro de las personas. La poesía que se escribe ahora mismo padece dolor de garganta, está muy afónica. No canta o canta fatal. Leo, además, mucha poesía que me aburre, no tiene “pellizco”, no mete al lector en el clima del poema porque no tiene clima. Diré que poetas los hay excelentes entre los no muy conocidos; y entre los conocidos, me gustan mucho algunos.
-¿En qué fase se encuentra tu estudio anunciado sobre algunos poetas de tu promoción, la de los años 50 o 60?
-En fase de aparcamiento. Tengo hecho el estudio, pero voy a esperar. He procurado ser objetivo y desembarazarme de todo lo que no sea mirada directa sobre lo textual y sus marcos contextuales. Hay sorpresas, para bien y para regular. Ya publicaré el libro. Sin embargo, me costará ponerme otra vez a la faena de revisión, y más habiéndoseme medio caído los palos del sombrajo en cuanto a ciertos poetas y sus investigadores. Entre estos los hay muy expertos en el arte de la vaciedad.
-¿Y tu libro sobre el tema de lo cómico?
-Revisándolo, revisándolo. Nunca lo termino, aunque está terminado. El tema es inmenso. No sé cómo caerá, pues en España estos estudios de lo cómico no existen, con el rigor y la extensión con que yo lo he intentado. En años no lejanos de mi vida –ya en mi último tercio de la corrida-, me puse a considerar qué cosas pueden caracterizarme como Manuel Mantero, y una de ellas es el sentido del humor. A medida que avanzaba en el libro, comprobé que lo cómico no es lo humorístico. He publicado algo del libro. Lo que más me ha llamado la atención es que (y nadie lo ha dicho ni estudiado, que yo sepa) lo cómico es una invención patriarcalista, como la guerra. Bueno, sospecho que al gran público le interesa más leer las aventuras del futbolista Zidane.
-¿Y los recuerdos de tu vida?
-También he publicado algunos textos hace poco. Estoy en ello –en su escritura-, y quizá publique en libro lo que corresponde a mis años españoles. Tienen vida propia.
-¿Y libro poético?
-Saldrá pronto uno, Primavera del ser. Es como un resumen de los libros anteriores, y se incluye de modo natural en la etapa a que pertenece Fiesta. También hay iniciación –a la vida, a la poesía-, sacrificio –mi vida fuera de mi tierra andaluza- y resurrección –fusión con el Ser, que en este libro adquiere características femeninas-. Es un libro lunar.
-Por qué decías que deseabas que fuera el último ese libro poético que estabas escribiendo, según explicas en una entrevista de 1997?
-Porque estoy llegando a últimos espacios, allí donde ya no los hay. ¿Qué se puede decir más? Sin embargo he comprobado que en esa zona se pueden decir todavía cosas interesantes, al menos para mí. Adelante.
-Si intentaras pintar toda tu poesía en un cuadro, ¿qué pintura surgiría?
-No lo sé. Probablemente la cenizas de un gran proyecto.
-¿Podrías tomar un poema tuyo y explicarnos su historia, su antes; detallarnos su proceso creativo?
-Cada poema es una criatura diferente. Surgen algunos a partir de un recuerdo, un sueño, una meditación, una sensación, y cada proceso, lo mismo, poemas hay que se escriben de un tirón, otros minuciosamente, en unos la mano se deja llevar por el movimiento intrínseco del texto o por la asociación aliterativa o rítmica, en otros se imponen al poema elementos preconcebidos, en otros hay desviaciones, ¡qué sé yo!, se mueve el péndulo de lo racional a lo irracional, de lo irracional a lo racional… Tremenda tensión, como te decía cuando me preguntabas sobre el acto de escritura; noche oscura del alma. Puesto que hablabas hace un momento de pintura, me referiré a un poema que escribí recientemente, titulado “En lo alto”, y que surgió como reacción ante un cuadro que vi, en el Museo Thyssen-Bornemisza de Madrid, del alemán Lucas Cranach el Viejo. El cuadro, “La ninfa de la fuente”. La ninfa es Castalia, que duerme desnuda sobre la hierba. En la pintura, ciervos y perdices, arco y flechas, la fuente… Ambiente sagrado, sitio –el Parnaso- de dioses y musas. En donde yo invento es a partir de la desobediencia mía a las palabras de una inscripción del cuadro que alerta para que no se interrumpa el sueño de la ninfa, porque yo la despierto, quiero acceder a ella y a su atmósfera sagrada. Y la ninfa me responde.
-¿Nos regalas con un poema inédito?
-Valga este mismo poema sobre la ninfa de la fuente.
En lo alto
La ninfa ha despertado.
Desnuda, no me teme.
Cansada está de tanto andar en sueños.
La hierba la sostiene como a cáliz tendido.
Vierte la fuente un agua confiada
en donde beben los que duran.
Ciervos rondan, perdices sobrevuelan.
Arco y flechas, ociosos contra el árbol.
Digo en voz baja mi deseo,
y ella: “No. Volverás a mí
cuando aprendas los gestos y palabras
de los dioses. Vuelve
cuando hayas aprendido a contemplarme:
ver es humano y contemplar, divino.”
-¿Cuántas veces has tocado el ruiseñor?
-Lo escuché muchas veces. Y alguna vez se dejó tocar.
En Manuel Mantero: lectura de la llama en el verso, Coords. Sara Pujol y Julia Uceda, Ferrol, Sociedad de Cultura Valle-Inclán, La Barca de Loto, 2002, vol. dedicado a Manuel Mantero.