A Antonio Hernández
Pueblo que arde y se resume
-hombre y coro- en cante jondo.
Hondo, y es el que más sube.
Alto cante de la copa:
canarios libres en ramas
del árbol de la persona.
Hondo cante del barranco
lleno de amistad nocturna:
el hombre, la fiera, el pájaro.
Andalucía –dijeron-,
madre nuestra, luna nuestra…
Los labios se enternecieron.
Los labios, que despedían
nacimientos de agua y barro,
música de tierra viva.
Instinto, bestia inocente.
Adán andaluz, no quiso
ni manzana ni serpiente.
Paraíso de mujer
en estado original.
Qué franca la desnudez.
El barro se agolpa, truena
en la garganta caliente
del semidiós: viento, hoguera.
Por un instante, la vida
depende de lo que cante
un hombre en Andalucía.
Y por un instante único
Andalucía es tan pura
que nadie puede ser puro.