Hacia Ti voy en mi carro
de oro, tirado por yeguas
cuya piel astral despide
un sudor de inteligencia.
Lo que pienso y lo que eres
se confunden en mi lengua.
Riges, inmóvil. Si el Uno
te llaman o el Tres, te niegan,
Dios, mi Dios innumerable,
inocente de apariencias.
“No puedes existir –dicen-,
que del hombre no te acuerdas”.
Si tuvieras Tú recuerdos,
tendrías pasado y pena.
¿Eres, tan puro, lo inútil,
como el agua en las tabernas?
¿Tan impuro como el agua
en las tabernas?
Cuando al rayo me acostumbre
te hallaré, me hallarás. Mientras,
entre la noche y el día,
me encamino hacia tu Esfera.