A Luis Rosales
Como el patio levanta su sangre de clavel
te levanto del sueño, a ti, Manuel Mantero,
que ignorabas la curva de un vientre de muchacha
y el nombre de los ríos más largos de Marruecos.
Hacha de oro te doy, esbelta y sin costumbre,
para cortar la leña dulce de mi recuerdo.
En el pico de un tordo que furtivo pasaba
yo he colgado mis malos, redondos pensamientos.
De nuevo aquí, evidentes, mis pantalones cortos,
mis tardes de verano y mis versos primeros.
Qué paz cuando rimé “Móstoles” con “apóstoles”
y vi el color que tiene un poema por dentro.
Y en las noches nevadas de torsos y jazmines
tu corazón con puertas turbias, Manuel Mantero;
y una angustia en tus manos sin juncos ni palomas
que dolía lo mismo que el ojo de los ciervos.
Y el terror de saltar del trapecio al vacío
en busca de unos brazos para todos abiertos,
y sentir en los tuyos sólo un roce de estrellas.
Y subir otra vez, derrotado, al trapecio.