Vuelve la sensación
tenaz de un prodigio.
Alrededor, sin embargo,
todo es lo mismo,
circunferencia sola
girando, girando
con muda música
de aro cotidiano.
Ventanas y árboles
sin sorpresa se adoran,
sus mares cautelosos
repite la alfombra,
mis libros vigilan
dóciles, cómplices,
y persisten en sus sitios
cuadros, colores.
Nada pasa.
La tarde se oscurece,
y llama a la puerta
mi padre, sonriente.
Le pregunto (la tarde
se hace noche
estrellada), me mira
despacio y responde
que nada ocurre,
quizá la fatiga
me alucinó al final
del largo día.
Veo marcharse
juvenil y esbelto
a mi padre, que dicen
que está muerto.