Somos los eruditos. Los ladrones
de tumbas, los hambrientos tenebrosos
de huesos.
A pie de página ponemos sangre
ajena, mucha sangre en números de lápida.
Yo sé el exacto nombre de Cervantes,
yo averigüé a qué horas orinaba Quevedo,
yo encontré en un legajo de Escudejo del Valle
un abuelo judío de Espronceda,
yo publiqué las cartas amorosas
entre Rubén y la mujer de Tirso,
yo demostré que Lista nació en Guadalajara,
yo conté cuántas veces dice coño
Camilo J.Cela.
Los eruditos somos. Profesores de muerte,
coro vano, universo de terror,
que engordamos –gusanos- con la podre,
que también moriremos cualquier día
y estatua no tendremos
ni quien se ocupe de nosotros,
y no conocerán nuestras queridas,
sombreros,
escalfarotes,
jemes,
manías,
dolamas,
ni sabrán nuestros ojos de miseria.