El campesino hablaba con su hijo.
Al sol estaban, en las gradas últimas
de la plaza. Decía
el padre, señalando: -Aprende
los tiempos
del natural.
El hijo
miraba al ruedo con asombro.
Rozaba el toro la cintura
del hombre de oro, como si tuviera
que rodearlo eternamente, como
si fuera carne de su carne: patria,
costumbre, padre.
Sonreía el padre.
-Cuando crezcas… (Pensaba
en un mañana sin trabajo;
nunca más la fatiga de la esteva
y la gorra en la mano los domingos
al acercarse el amo).
Rugían todos;
la música subía hacia la tarde
un agrio vino, una gran rosa fúnebre.
…Y el niño, mientras,
soñaba con llegar a hombre:
hombre para algo más que serlo de oro,
para más que matar,
para más que morir
entre los cuernos de la patria herida.