De Córdoba
bajaba el río
al mar,
y él prefirió subir a contrarrío
hasta la casa, la mujer: la vida.
Tan puro era su verso como una
castidad en un cuerpo bello,
no como esas zagalas que pregonan
su intangible verdad
y castas son porque no son hermosas.
De Córdoba
hacia la casa, la mujer: la vida.
Hacia el abrazo
y el dúo de los versos maritales,
enredados, sin grasa, ágiles,
blanca pandilla de tocados astros.
De pronto, un gesto
-vino bebido, signo de la ceja-
trasluce al andaluz, niño de ayer
que aún juega por su sangre
expuesta al avatar
de los periplos sin retorno.
Que un mismo sino nos proteja,
pues yo también a contrarrío vine,
de más abajo todavía
que tú;
de donde fue la vida un gran deseo
de expansión y de amor,
fuerza vibrante que trepó a otros aires,
árbol que crece y todo es firme rama,
fruto que coge la más alta mano.