A R.A., por aquella silla vacía que me envió
Iba mandando cartas, fiel amante,
desde todos los muelles.
Esperándole, España, sin salir
de casa, con sus versos por rehenes.
A él lo amaron muchachas como flores
pero no quiso a otras mujeres.
España, novia pura, envejecía
y él también: viejos, tristes, pero fieles.
Ya murió. Como ha muerto en alta mar
que lo arrojen al mar igual que un héroe
y llegue de ola en ola hasta la puerta
de su novia, si es que ella vive y puede
coger a un muerto con sus pobres manos
y enterrarlo en la fosa de su vientre.
(Y ella vivía y él no estaba muerto:
¿Por qué al recuerdo lo llamamos muerte?)