A. Camus, 1960
No debiera morir quien no supiera.
Hay que morir así, flecha madura,
carne joven y rápida que dura
lo que dura una pena en primavera.
Hay que morir con gesto de frontera,
de golpe, como empieza la locura,
como se entra, de oro, en la hermosura.
La muerte: un árbol, una carretera.
Hay que morir con todo puesto, intacta
la noble pluma de ángel disidente,
el corazón sangrando de ironía,
la boca sin sabor a la hora exacta,
arañando lo eterno uña y diente,
los ojos preguntando todavía.