En octubre de 1961, yo publiqué en ABC el artículo “Un nuevo concepto de la paz”, donde recogía ciertas palabras de una carta que me había enviado Thomas Merton desde su celda de trapense de la Abadía de Nuestra Señora de Getsemaní (Kentucky). Repito aquellas palabras de Merton: “Ignoro de qué modo yo soy más feliz que los demás hombres; quizá la mayoría de la gente me imagine más dichoso porque he encontrado una condición estable de vida. Si para ellos represento algo que aman, me congratulo. Pero ningún estado de vida está exento de la angustia y la búsqueda del corazón, particularmente en esta época en que el mundo fermenta y no se aceptan los valores como universalmente sólidos”.
En ese otoño de 1961 Thomas Merton escribía los capítulos del libro Peace in the Post-Christian Era, tan llenos de la angustia y la búsqueda a que se refería en la carta y que ya el título sintetiza: Paz en la era post-cristiana. “No vivimos más –escribe Merton- en un mundo cristiano”. El libro se iba a publicar en otoño de 1962, pero el Abad General de la Orden (no vale la pena consignar su nombre) lo prohibió, exigiendo además que Merton dejara en el futuro de tratar sobre paz y guerra, carrera de armamentos, bombas nucleares, etc., pues tal cosa era asunto –según él- de los obispos, y más se conseguía ante Dios y ante el mundo rezando como un buen trapense, que escribiendo y protestando. Merton no entendía, pensó irse del monasterio. Sin embargo, pensó también que era mejor continuar, no claudicar, ser índice permanente de un escándalo. A mí me envió una copia mimeografiada del libro explicándome lo ocurrido, como se la envió a otros.
Jim Forest, en unas palabras preliminares a la ¡por fin! edición de 2004 -Orbis Books, Maryknoll (New York)- señala que la obra prohibida de Merton llegó hasta los participantes en el Concilio Vaticano II y que algunos textos conciliares se inspiraron en ella. En todo caso, poco agradecimiento le había mostrado a Merton la jerarquía trapense, a cuya Orden él hiciera ganar un hermoso dinero con La montaña de los siete círculos (“The Seven Storey Mountain”), libro publicado en 1948; en sólo el primer año se vendieron dos millones de ejemplares. Que las ideas de Merton fueran censuradas es más incomprensible, cuando esas mismas ideas se expresarían en la encíclica Pacem in terris de Juan XXIII, quien estimaba y admiraba al monje trapense.
El libro de Merton, publicado después de más de cuarenta años de haber sido vetado, conserva su actualidad. Lo que viene a decir es esto: vivimos en una sociedad pagana y materialista con fachada cristiana; los cristianos reales son minoría; hay que reducir los gastos de armamentos; no existe guerra justa en la práctica; el cristiano tiene el derecho a no tomar las armas; la amenaza nuclear debe ser protestada; obispos y clérigos han de guiar en la denuncia; no debe prevenirse un ataque con otro (“preemptive strike”, lo que se llama ahora guerra preventiva); es inhumano un equilibrio internacional basado en el “terror”; el cristiano debe actuar, influir, acabar con la “parálisis moral” de los que mandan y la “pasividad y confusión” de los mandados. Como quería Pío XII, hay que declarar la guerra a la guerra. Merton murió en 1968, electrocutado al enchufar un ventilador. Y murió creyendo que él era más que un monje y que sufría en su entraña la angustia de nuestra época, una época, como me decía en la carta, sin valores. Para él la paz no consistía en apariencia de paz sino en intención real, fraternidad y acción.
In the Dark Before Dawn: New Selected Poems of Thomas Merton –New Directions, New York, 2005- es el otro libro que quiero comentar. En la introducción, Lynn R. Szabo afirma que Merton era un iconoclasta; no siguió los paradigmas convencionales de la poesía, por eso hizo antipoesía y se liberó de las limitaciones de un lenguaje que había perdido de vista las significaciones; para ello, el mejor instrumento de Merton –añade- fue el uso de la metáfora. Estoy de acuerdo con algunas de las influencias que Szabo señala: Hopkins, Rilke, Joyce, Auden, W. C. Williams. Y añado que san Juan de la Cruz, John Donne y García Lorca, de quien me decía Merton en otra carta ser “uno de mis favoritos de siempre”; los versos de tono apocalíptico que dedica Merton a Nueva York, por ejemplo, son muy deudores de Poeta en Nueva York de Lorca. Y pienso que hay mucho Pound en sus versos de tirada narrativa, como hay influencia del surrealismo y, en asimilación gradual, de los poetas norteamericanos revelados tras la Guerra Mundial: Duncan, Ginsberg, Kerouac, Olson o Ferlinghetti. Lo que sucede es que las metáforas de Merton no son demasiado originales y bastantes poemas son prosaicos. No es frecuente en sus poemas encontrar metáforas tan originales como la cruz de Cristo convertida en llave para abrir la última puerta; con un poco más de avance en tales campos semánticos se alcanzarían sorpresas semejantes a la metáfora de Ruusbroec: Cristo colgado igual que un bastón. Cuando Merton rechaza lo convencional en poesía, ese anticonvencionalismo era ya convencional.
La poesía de Merton interesa por su variedad: lo religioso –no sólo cristiano-, lo social, lo histórico, lo pluricultural, lo amoroso, lo humorístico, pero no tenía talla de gran poeta, como sí la tenía de gran prosista de estilo inconfundible, directo y polémico. Un gran escritor que “contemplaba” en profundidad su mundo interior de revelaciones, y que se “echaba” al mundo de los demás para intentar salvarlos de la masificación y el odio.
ABCDe las Artes y las Letras, Madrid, 10 septiembre 2005.