La adolescente era muy bella. Dominaba la calle con su presencia. Llevaba camisetilla y pantalones muy debajo de las caderas, en prefabricada improvisación de libertad. En medio, como la carne del bocadillo, la suya. Alrededor del ombligo, estas palabras tatuadas: “Don´t look too much”, es decir, “No mires demasiado”. En la ciudad norteamericana donde vivo, como en cualquier parte, nadie se asombra de tales cosas. Pero a mí me pareció que, más allá de su picardía, aquellas palabras despertaban en mi mente el eco de una realidad que hoy nos atañe a todos, la de que no conviene mirar demasiado, entender demasiado. Vivimos en la confusión.
No falta mucho para las elecciones norteamericanas, son el dos de noviembre. El mundo está pendiente de su desarrollo y su resultado, y en Estados Unidos la tensión es atroz: sólo que muchos no saben a qué atenerse. Se encuentran confundidos, indecisos. ¿A quién creer, a los que afirman que el país va sobre ruedas porque la inflación es el tres y pico por ciento y los sueldos subieron más que eso, o a los que pronostican el descarrilamiento nacional porque hay ocho millones de desempleados y el déficit ha rebasado los cuatrocientos mil millones de dólares? En cuanto a la guerra de Irak, el candidato demócrata John Kerry ha denunciado el “error” de la invasión, mientras el presidente Bush justifica la guerra por haber acabado con una tiranía.
Sondeos para todos los gustos, encuestas a la medida. La más tenebrosa, que la mitad de los norteamericanos esperan un inminente ataque terrorista. Sobre Bush y Kerry han aparecido recientemente numerosos libros. El hombre y la mujer de a pie, ¿de cuáles se fiará? Un libro de Paul Kengor destaca la espiritualidad del presidente, David N. Bossie pinta a John Kerry como de extrema izquierda, y Jed Babbin dice que las Naciones Unidas ayudan a los terroristas árabes y que su secretario general, Kofi Annan, es antinorteamericano. Pero Kevin Phillips denuncia a Bush como verdugo de la democracia, el senador Bob Graham escribe que se pudo haber evitado la matanza del 11 de septiembre, y el premio Pulitzer Bob Woodward, en un libro de título directo, Plan de ataque, explica cómo fue cuidadosamente planeada en secreto la guerra de Irak.
Lo de la guerra de Irak es un lío: Kofi Annan se ha declarado contra ella, igual que tantos más, como el Papa. Y aquí entra un nuevo tipo de confusión, la religiosa. Los católicos ¿pueden desobedecer al Papa? He escuchado muchas opiniones, muchos argumentos a favor y en contra. No me aclaro. El Arzobispo de Atlanta (yo vivo cerca de esta ciudad) no desautoriza la intervención en Irak. ¿A quién seguir, al Papa o al Arzobispo? Desde una iglesia católica local me han enviado una circular donde se afirma que si no voy a misa estoy en pecado mortal, y además cometo el pecado de idolatría. ¿Qué idolatría? Y ¿qué saben ellos si voy a misa o no? No me estimo ya condenado preventivamente a los infiernos, aunque, tras leer que casi cien millones de personas en Estados Unidos se han tropezado en alguna ocasión con un ángel, me desasosieguen las dudas: jamás vi a ninguno.
El problema de la desorientación, naturalmente, no es sólo norteamericano.
Con el tema de la reforma de los Estatutos regionales y de la misma Constitución, muchos españoles andan despistados. Se les dice que la terminología no debe alarmarles, pero ellos quieren entender. ¿Qué significa, entonces, eso de “naciones”, “nacionalidades”, “cosoberanía” y otras atrevidas acrobacias léxicas? Los españoles tenemos derecho a conocer. Cierta Comunidad propone convocar un referéndum sobre su autodeterminación. ¿Cómo, si es ilegal? Otra cosa. ¿A quién creer, a los que pregonan que España es un país superdesarrollado o a los que la infravaloran con su pesimismo? En verdad, España puede presumir del estirón económico que ha dado el último cuarto de siglo; entre los países del mundo, España ocupa hoy el número veinte. No está mal. Pero en la Unión Europea de los Quince, España está delante sólo de Italia, Portugal y Grecia. Sí, hay que mirar, examinar, entender los hechos y no escorarse hacia la intolerancia.
La perplejidad también ocurre si consideramos algunos aspectos de la situación educacional y literaria en España. Según la revista The Economist, el gobierno socialista español necesita remediar la crisis universitaria de nuestro país, por el bajo nivel de calidad de profesores y estudiantes. ¿Tan bajo es? Conozco a profesores españoles competentísimos, y regulares, y lamentables, como en todas partes. A mis clases en Estados Unidos siempre llegaron de España estudiantes de elevado nivel y otros de ignorancia paradisíaca. Normal. Un segundo ejemplo: se ha publicado que en España hay un nuevo Siglo de Oro. Parece algo exagerado. ¿Siglo de Plata? ¿De Lata? Toda formación pasa por la información, información de primera mano, y los lectores han de juzgar por ellos mismos, no por las recomendaciones ajenas, incluidas las de los críticos, por muy expertos que pudieran ser. He leído libros elogiados con ardor y son basura; otros poco jaleados, excelentes. Compruebo, además, la existencia de grupos que ejercen a través del elogio o el silencio su propia censura. En tiempos antiguos, se aprendía –qué remedio- a luchar con la censura, venía de frente resoplando como un toro, pero ahora el toro es más de un toro, ataca por la espalda y silenciosamente. Aquí en ABC tuve problemas con algunos artículos, y no por culpa del periódico, que los padeció bastante peores. La censura afilaba sus normas, escritas o no. En un artículo expresé mi poco entusiasmo ante el toreo de El Cordobés. ABC había recibido aviso oral de que no se metieran con el torero porque a Franco le era simpático: sospecho que Franco no estaba al tanto de semejante estupidez. Otra vez, la palabra “suicidio” no la permitió la censura, mandaba poner “pérdida voluntaria de la vida”. Ni hablar. Sí, ahora los lectores están más confusos que nunca, se lucha contra fantasmas. Y cada vez hay lectores menos informados. En la última Feria del Libro de Sevilla, dos muchachas se detuvieron ante la caseta donde yo firmaba ejemplares de mi reciente libro de memorias, y una le dijo a la otra casi en mis narices: “¿Manuel Mantero? Pero este tío ¿no se ha muerto?” Yo, con atribulada cortesía, dije que sentía defraudarla, pero estaba bien vivo aunque algo estropeado. Vivir fuera de España como yo ¿ha de significar morir dentro de ella? Muertos para mí, los que intenten matarme.
Es cuestión de tener o no criterio, de mirar más allá y más adentro, y decidir. Según Baltasar Gracián, hay quienes se casan “con la primera información, de suerte que las demás son concubinas”. Gente crédula y sin camino, sin pensamiento propio. Gente que -escribe Kafka- nos “empujan y barren” y son las masas que anhelan arrebatar a los individuos la dirección de la historia contemporánea. Gente que se mira el ombligo, el mismo ombligo colectivo en todos ellos y ellas, la misma prohibición tatuada y el mismo olor a ignorancia y descaro.
ABC, Madrid, 9 octubre 2004.